El largo y sinuoso camino
“It's not only subliminally flickering visuals that affect the Alpha waves in your brain. Music does that too. There are frequencies in there that are going to affect you differently. That's there in our music.”
– Grasshopper
Como preámbulo
Viernes, nueve de la noche. Salgo de casa y me encuentro con Sandra y Toño afuera del edificio donde vivo, como de costumbre reina un caos impresionante en la ciudad así que tenemos que apresurarnos para no llegar tarde. Este día toca en el Lunario del Auditorio Nacional una de las bandas que más han cautivado mi atención desde que me enteré de su existencia hace unos años: Mercury Rev.
Hasta entonces jamás había estado en el Lunario, es un lugar pequeño que carece de butacas y cuyo escenario puede ser fácilmente abordado. En lastfm los fans estaban corriendo la información de que los boletos estaban vendiéndose lento cosa que me dió un poco de miedo pero que al final implicó que estuvieramos más cómodos.
La banda que abría resultó ser el proyecto de un amigo de la escuela que tenía años sin ver, Songs for Eleanor es el nombre y estaban bastante bien, sin embargo la emoción, las chelas y la plática con mis amigos me mantuvieron lo suficientemente distraído como para no cachar del todo la onda que traían estos tíos. A laptop and a chick, al final del día... Tengo que decir en su defensa que este día andaba más autista que de costumbre!
So, tonite it shows
Terminando la fugaz aparición de los abridores, los roadies comienzan su faena de preparación a media luz, imágenes de aves con textura como de 8 mm. en la pantalla que abarca todo el muro trasero del escenario. En sobreimpresión aparece un texto que dice “prueba del sistema de visualización Mercury Rev”, anunciando la inminente aparición de la banda. La gente se emociona. La pantalla se va a negros y los roadies desaparecen.
Una melodía totalmente familiar comienza a sonar por los altavoces... pero no se trata de la banda; yo y mis amigos nos volteamos a ver y cuando regreso la mirada hacia el escenario, comienza un peculiar slideshow que pareciera ser el interior de una cabeza: portadas de discos entre los que veo cosas de velvet underground, captain beefheart, los beatles, etc. imágenes de películas, rostros conocidos, como Allen Ginsberg, David Bowie, Terry Riley... un par de portadas, sus dos primeros discos.
Escucho la voz de Liz Fraser; Lorelei de Cocteau Twins es lo que hemos estado escuchando... jamás podré olvidar esa melodía, los Cocteau Twins fueron para mí una de las ventanas hacia todo un universo de música que a mis 14 años me era completamente desconocida. Una epifanía en aquellos días y una epifanía nuevamente, hoy.
El slideshow termina y la pantalla gigante se va a un verde como de green screen. Y entonces aparecen las siluetas conocidas, Grasshopper con sus eternos lentes oscuros y con su también eterna chela en la mano, Jonathan Donahue, canoso canoso pero sonriente, y también con una botella en la mano de algo que parece vino tinto, aventura un saludo en español, y expone una especie de disculpa por haber venido hasta ahora. El resto de los músicos, toma su lugar y enseguida abren con canciones que me parece son del nuevo disco. Buena potencia, había leído en algún lugar que estos chicos tienen la costumbre de hacer sus shows más orientados a la vena rocker, incluso con temas de discos tan introspectivos como the secret migration o all is dream. Y efectivamente, al cuarto tema todo el piso del Lunario se sacudía bajo el muro sonoro.
Una vez dueños del escenario comenzaron a explayarse con la seguridad de alguien que ha visto la adversidad suficientes veces como para reconocer con tan solo un pestañeo la entrega incondicional de su púbico. Empecé a pensar que de verdad me daba gusto verles enteros y contentos en el escenario; en este escenario tan lejano a su entorno y a la vez tan frágilmente pequeño, la banda nadaba con la misma soltura con que nadaban los delfines que surcaban la pantalla durante Opus 40. J. Donahue bate sus brazos como las alas de las aves que surcan el cielo amarillo de la pantalla, y en algunos temas esgrime su fender mustang, esa misma guitarra que años antes le enseñara a Wayne Coyne que el único camino posible para ser uno mismo es soñar.
Olas de feedback orquestadas por Grasshopper me recuerdan los mejores años de Jesus and Mary Chain, y también del tarado de Kevin Shields, quien siendo menos afortunado -o menos kamikaze- prefirió sumirse en el ostracismo de su estudio en vez de seguir ése camino que pavimentara con tanta lucidez y neurosis cuando era My bloody Valentine. El viejo Grasshopper es un tipo que sabe dejar en un segundo plano la tradicion musical de la que viene para subirse a un entarimando a simplemente rockear. Y sin embargo sigue siendo el mismo tío que estudió clarinete bajo la tutela de Tony Conrad, el mismo que dirigió aquellos cortometrajes experimentales cuyos soundtracks pusieron sobre la mesa la existencia a priori de la banda, incluso el mismo tío que no soportando más la frustración de estar fuera de tiempo y fuera de cualquier tolerancia hacia un J. Donahue embrutecido por el alcohol y las drogas duras, decide meterse en un convento jesuita a replantearse la vida....
Pareciera que ellos mismos reflexionan en todo esto, por que la manera en que sonríen todos al vernos gritar y corear todas sus canciones sugiere una satisfacción más profunda que la de tener la casa llena y contenta. Es la satisfacción de los que ven los frutos de todos estos años luchando contra su propia naturaleza destructiva para seguir avanzando en ese camino, y aunque esta misma lucha es el estereotipo más común para maquillar la falta de talento o de integridad, lo cierto es que innumerables bandas se han quedado en el mismo camino empedrado del que a veces salen a descansar tipos como estos.
Pienso que es una verdadera fortuna el poder ser testigo de este tipo de encuentros; la vida del músico al igual que los demás artistas es azarosa, y poder ver en plenitud a una banda con talento y poca disposición a hacer concesiones a las múltiples presiones que pueden modelarle, es un acontecimiento que no ocurre todos los días. Lograr ese extraño equilibrio entre lo comercialmente digerible y una intención vital de explorar e innovar en terrenos que generalmente corresponden a los artistas avant-garde, es quizás uno de los mayores logros a los que puede llegar una banda de rock. Todos los escollos que se han encontrado en el camino les han servido de alguna u otra manera para seguir creyendo en lo que hacen, y sobre todo en seguir haciéndolo.
Quizás esas sonrisotas de oreja a oreja son la mejor prueba de que contra todo pronóstico, seguiremos teniendo Mercury Rev para rato.
Mercury Rev se encuentra actualmente en su gira mundial para promocionar dos producciones nuevas que han sido lanzadas el día de hoy: Snowflake Midnight, editado en CD y Strange Attractor, material instrumental lanzado de manera gratuita a través de mercuryrev.com
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