jueves, agosto 19, 2004

A mi, mis timbres

Crítica de la historiografía consensual y la tipología revisionista contemporánea del héroe

“La historia es como el ciberespacio de William Gibson,
una alucinación consensual.”

– El Ogro


EL Rey Arturo
Y ahora, ¿Quién podrá defenderme?
Alrededor del personaje icónico del héroe se han tejido toda clase de teorías que lo explican y lo justifican dentro de los más dispares contextos; tenemos teorías psicoanalíticas que le presentan como la fuerza sexual que sirve de transición entre la juventud y la asunción como líder militar o espiritual en una tribu, tenemos teorías sociológicas que ponen al Héroe como la figura pivotal de la consolidación de un movimiento revolucionario, y hasta hay quienes creen ver en dicha figura la extrapolación de Jesucristo a lo largo de la historia. De todo hay en la viña del Señor, no cabe duda.

Las expectativas que una sociedad tiene de ese ícono del Héroe han cambiado de manera drástica y a veces hasta torcida; tan torcida que incluso se dió la necesidad de crear anti héroes, encabezados a mi parecer por el entrañable Dean Moriarty y su lascivo compadre de género, Henry Chinaski. Los valores morales que caracterizan al héroe medieval de pasquín han cedido paso a otras virtudes que en su época eran típicas de buscones, pícaros y vividores, pero que en nuestros días han sido cobijadas bajo la fulgurante bandera del sentido común. El héroe de nuestros días supedita el sacrificio por sus semejantes, la caridad sin reservas, la lealtad y hasta la castidad –cuando se da el caso– a un pragmatismo de hierro que muchas veces lo catapulta a estrellas más altas (no siempre bien ganadas, hay que decirlo).

Con estas vueltas de tuerca en los cimientos del héroe, es de esperarse que las revisiones actuales a viejos paladines (el Rey Arturo, digamos) se vuelvan empresas destinadas al fracaso por caer en la ñoñez, o bien terminen por ser una libre interpretación de la historia que prefiere clavarse en el drama stanislavskiano de ser un salvador de las masas, despojando al pobre tipo de todo heroísmo, y por tanto de interés.

Clive Owen, el nuevo Arturo
La versión posmoderna (ni tanto)
Una tercer vía –mucho menos riesgosa a estas alturas, pues nunca se había hecho con la leyenda artúrica– supone ceñirse a la verdad del personaje histórico, y esta es precisamente la senda tomada por Antoine Fuqua para realizar King Arthur.
Luego de un curso tour de force sobre todo el rollazo de la caída del Imperio Romano de Occidente y las consecuentes invasiones bárbaras de Europa, gentilmente impartido por mi amigo Ariel –que es bastante ducho en estas lides–, pude percatarme que la impresión que tuve saliendo del cine de que todo estaba patas arriba y nada era fiel a la historia original, era errónea casi por completo.
Gran parte de mi nerdez se la debo al hecho de haber pasado los 3 años de mi educación preparatoria leyendo novelas de caballería y cantares de gesta cuyos autores –ahora lo sé– no se preocuparon demasiado por la fidelidad histórica.
Mi error por supuesto, fue el no haber apoyado semejantes lecturas con vistazos periódicos a libros de historia o biografías históricas de los personajes; el haber descubierto en esa época a Robert Graves y sus estudios comparados de mitología griega –que se basan precisamente en ése método de trabajo: presentación del mito, comparación con el contexto histórico y análisis– no me salvó de leer gran parte del ciclo artúrico, las sagas nórdicas, los cantares germanos y las leyendas celtas como si fueran comics… ¡Que vergüenza!.

Ginebra Amazona, por Keira Knightley
Es muy probable que debido a esta deformación de mis hábitos de lectura, la imagen que tengo del ciclo artúrico sea un tanto maniquea y hasta ñoña, por que –hay que confesarlo– yo era fanático de aquella peli ochentera llamada Excalibur… seguro que si ahora la veo me ruborizaré igual o más que cuando volví a ver años después Night of the living dead II (una de las pelis que más me atribularon en la infancia) y me dí cuenta que era una basura con B mayúscula capital de 200 pts.
Por supuesto existen muchas cosas que se le agradecen a ésta versión, como el haber matado a Lancelot antes de que tuviera tiempo de hacer cornudo a su propio rey con la perdida de Ginebra, cosa que siempre aborrecí por haberlo experimentado en carne propia (una novia de la secundaria –otra perdida– anduvo al mismo tiempo conmigo y con mi mejor amigo, y yo no me enteré hasta tiempo después, grrr!!!!) y también el abandonar esa estética totalmente descabellada en la que por regla general los Caballeros de la Mesa Redonda parecían más bien caballeros del Zodiaco, y Merlín un simple avatar del profe Dumbledore, con gorrito puntiagudo, gafas de montura y lechuza sobre el hombro… ¡De algo tenía que servir la actual abundancia de estudios históricos al respecto!

Merlín el mago
Aunque por supuesto no todo es fidelidad; los sajones están super bien caracterizados con aquellos cascos tachonados y sus escudos redondos, los celtas también, con el cuerpo untado con el pigmento azul llamado Woad y con armas ligeras, los romanos no tiene ningún problema, pero las armaduras de los caballeros son una mezcolanza de corazas romanas, cascos hunos y cimitarras sarracenas que apantallan eso sí, pero que ilustran un churrigueresco tardío bastante improbable en el diseño de modas de la época.
Pero bueno, no ver a Richard Harris con una armadura gótica a destiempo o a Sean Connery con esa coraza posmoderna de First Knight es ganancia… supongo.
Las escenas de batallas no pueden evitar caer en convenciones establecidas por otras pelis como Braveheart; la clásica toma lateral del momento justo en el que chocan las fuerzas de infantería, la cámara en mano en medio de la refriega, intercortes a los arqueros disparando hacia el cielo, articulan las golpizas sin mucha intención de innnovar, se extrañan de vez en cuando las célebres cámaras lentas de Gladiator o de Lord of The Rings.

Una cosa es Juan Domínguez…
Obviamente, la integridad moral del monarca britano y sus canchanchanes fué uno de los elementos míticos respetados por este nuevo retoño de la fiebre reinterpretativa hollywoodense, a la que de pronto se le antoja cambiar por completo historias conocidas hasta la saciedad por medio mundo, como es el caso de La Ilíada, cuya versión más reciente ha hecho imposible la realización de la siguiente aventura –La Odisea–, pues en esta primera muere el 45% de los protagonistas originales del regreso de Ulises y demás aqueos que sobrevivieron al sitio de Ilión.
En el terreno del simple entretenimiento, esa licencia poética con que la historia se distiende y se malea no pasa de ser un inocente ejercicio creativo, sin embargo yo me pregunto qué tanta gravedad puede llegar a tener el hecho de que –para bien o para mal– el cine también educa, situación que podemos extrapolar a cualquier medio o manifestación artística. Es decir, uno puede estar consciente de que lo que vemos es una ficción, una pequeña torcedura de hechos reales, pero de la misma manera que yo leía a Geoffroy de Monmouth, Chrétien de Troyes y Thomas Mallory creyendo a pies juntillas todo lo que se les ocurría, también me puedo imaginar perfectamente a unos chavitos de secundaria que salen del cine creyendo cualquier barbaridad que hayan visto.
Por supuesto uno no puede caer en el maoísmo de pensar que es mejor coartar la libertad de crear una historia como se nos dé la regalada gana a favor de la ‘Verdad’ histórica, –por que además en medio de todo esto existe el sentido común que nos obligaría a buscar fuentes distintas cuando alguna duda surja– pero no obstante, yo creo en la existencia de ciertos hechos históricos que no pueden ser manipulados tan a la ligera, ejemplifico el incidente de los libros de texto de historia en Estados Unidos, que han comenzado a decir con toda la candidez del mundo, que la Amazonia es un patrimonio de la humanidad, y que Estados Unidos, en su papel de Defensor de la Humanidad y las Buenas Maneras, tiene el DEBER de administrar sus riquezas si existen malos manejos de ellas, o incapacidad de parte del gobierno para hacerlo.
Por supuesto son casos completamente distintos, pero no hay que olvidar que el cine de Hollywood fue uno de los principales medios de propaganda anticomunista durante la guerra fría. Quizás no estén tan alejados después de todo, pero al conocer la supuesta verdadera historia del Rey Arturo y darme cuenta que por lo menos en su contexto histórico había creído en una falacia, me pregunto si no llegará un punto en que por consenso la humanidad comience a creer en esa otra historia alucinante que se cocina en la ficción…


Uno de carne y hueso

Hugo Chávez victorioso
El pasado Domingo 15 de Agosto se realizó en todo Venezuela el referéndum que decidiría si el gobierno de Hugo Chávez Frías seguía en el poder.
El pueblo venezolano acudió a las urnas, esperó en algunos casos en filas de hasta cinco horas, se enfrentó a partidarios de la oposición que buscaban provocar a los votantes y sabotear a toda costa los comicios, las casillas cerraron casi nueve horas despues de lo planeado.
El resultado: afluencia de votantes que ha sentado precedente histórico: 9’402,892 , 59.06% de ellos, lo hicieron a favor de la República Bolivariana de Hugo Chávez.
Hay esperanza.

1 Comments:

At 11:07 p.m., Anonymous Anónimo said...

Loco:

Muy bueno el artículo, me apena mucho no estar por allá para que tambien me llegue la iluminación Valsagnesca sobre el tema que debe haber sido muy interesante. Estoy ofendido hasta la fibra mas profunda de mi ser porque no nombraste a "Monty Python and the Holy Grail". Obviamente sé que no se trata de una versión ni apegada a la historia ni a la mitología ni a nada, pero creo que sí se merecía un par de líneas, después de todo es la mejor película en la historia del planeta tierra.

oderflA a.k.a. "El otro yo..."

 

Publicar un comentario

<< Home