sábado, mayo 03, 2008

Viaje a las Líneas Imaginarias

Hasta hace poco tiempo me había considerado como un sedentario sin demasiados remordimientos por ello y sí con un extraño sentido de pertenencia; vengo de familias cuya travesía más grande ha sido la de migrar del campo a la ciudad. De esto hacen ya dos generaciones. Mis padres, ávidos conocedores de las provincias cercanas siempre se interesaron en llevarnos a mi hermano y a mí, a todos los sitios de interés y recreación cercanos a la ciudad. Desgraciadamente me quedan unas lagunas enormes de estos viajes, pues fueron realizados cuando yo era muy pequeño, y la memoria se me activó a destiempo.
En algún punto de la vida, sin embargo, eché a andar en un recorrido que si bien ha sido en su mayor parte accidental y coyuntural (como todos los viajes grandiosos), tuvo su origen cuando miraba el gigantesco mapamundi pegado con chinchetas a uno de los muros de mi cuarto y me la pasaba horas repitiéndome nombres tan exóticos como Reykjavik o Ushuaia. Este proceso de repetición y memorización tuvo como resultado que estas y otras ciudades desaparecieran como tales y reaparecieran muy dentro de mi cabeza en la forma de mantras.

Años después, durante un viaje a Buenos Aires en compañía de mis amigos, surgió la oportunidad de dirigirnos hacia el sur, hacia la zona de los glaciares. Hicimos mapa en mano una cuidadosa planeación del itinerario, mismo que implicaba algunos trayectos en autobús y avión, al acercarse mi índice a la Tierra del Fuego entendí que ese otro viaje, el que uno emprende muy aparte del que lleva con los acompañantes, había comenzado. Así reapareció Ushuaia en mi vida.
Es difícil describir la sensación que me provocó cruzar por el cielo el estrecho de Magallanes y aterrizar en esa hermosa ciudad. Allí ví por primera vez en mi vida la caída de la nieve!

Al poco tiempo, un nuevo viaje improvisado casi por completo -esta vez mi primer viaje a Europa- me puso como por ensalmo en camino hacia Islandia. Al llegar a Reykjavik, una madrugada en que tuvimos que buscar hospedaje y cuyo frío no dejaba demasiado margen para conseguir la mejor oferta, no pude reprimir una sonrisa de reconocimiento. Mi primer bocanada de aire ártico fué gloriosa!. Durante una semana recorrimos en auto todo el país, vimos los glaciares del sur, cataratas impresionantes, granjas en las que casi nos quedamos a vivir, hospitalidad, días enteros en tiendas de discos cuyos dueños nos pusieron con paciencia torres enteras de música local, cielos cuajados de estrellas, navegamos aterrorizados por bancos de niebla en los que dificilmente se veía más allá del cofre del auto, llegamos a los lagos del norte y estuvimos a un pelín de llegar al círculo polar ártico.
Ahora, luego de haber visitado ya los dos extremos del mundo, la vida y sus vueltas impredecibles me ha traído justo a la mitad; hace más de dos meses que estoy en el Ecuador, Esta vez estoy trabajando en una película que sus creadores han levantado literalmente con uñas y dientes y con la que me he involucrado a grados insospechados.
Quizás empiece a sonar como a ficción, pero si, Quito y Guayaquil son dos de las ciudades cuyos nombres repetí hasta convertir en mantras cuando era niño.











Vista del río Guayas desde mi habitación. Guayaquil.